¿Por qué la Iglesia celebra la Preciosísima Sangre de Cristo?
La Iglesia dedica cada mes del año a una devoción especial. El mes de julio lo dedica a “La Preciosísima Sangre de Cristo”.
Tal vez a alguien pueda parecerle raro, morboso y hasta grotesco lo de celebrar la sangre, quizá caiga en la típica sospecha de que esto es fruto de una piadosería ‘medieval’ que ya debía superarse.
Nada más lejos de la verdad. Celebrar la sangre de Cristo no es invento de la Iglesia. El propio Jesús nos dio la razón para hacerlo. Para comprenderlo basta leer en los Evangelios de san Mateo, san Marcos san Lucas el momento en que, en la Última Cena, Jesús transformó el vino en Su Sangre, diciendo: “Ésta es Mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.” (Mt 26, 28).
Al dedicar todo un mes a este tema, la Iglesia nos invita a considerar, principalmente, lo siguiente:
1. Que Jesús derramó Su sangre por nosotros
Los antiguos acostumbraban sellar pactos haciéndose cada uno una cortadita y uniendo una con otra como para mezclar sus sangres y significar que quedaban hermanados. En el Antiguo Testamento, las alianzas de Dios con Su pueblo se sellaban rociando sangre de animales. Jesús en cambio vino a establecer con nosotros una Alianza nueva y eterna, y la selló con Su propia Sangre. Y no fue mediante una herida pequeña. Fue flagelado, coronado de espinas, crucificado, traspasado con una lanza. Selló Su alianza con nosotros derramando Su Sangre, ¡toda Su Sangre! Recordar esto es tener presente Su sacrificio, Su amor hasta el extremo, que dio Su vida por nosotros.
2. Que por Su Sangre nos rescató del pecado
Nunca hubiéramos logrado, por nosotros mismos, pagar la deuda que teníamos con Dios por nuestros pecados. Anunciaría el profeta Isaías: “Por sus llagas, hemos sido curados” (Is 53, 5). Afirmó san Pablo que Jesús clavó en la cruz la nota que nos condenaba (ver Col 2, 14). Celebrar Su Sangre es mantener en nosotros viva la gratitud y la esperanza, de que aunque en nosotros abunda el pecado, en Él sobreabunda la gracia (ver Rom 5, 20), así que nunca hemos de desesperar de salvarnos, sino tomarnos de la mano de Aquel que nos lava con Su Sangre.
3. Que Su Sangre nos da vida
Jesús dijo que debíamos beber Su Sangre para tener vida eterna, y no hablaba en forma simbólica, sino real (ver Jn 6, 53-55). Anunciaba lo que hoy ocurre en cada Misa durante la Consagración: el pan y el vino mantienen su apariencia, pero en realidad han sido transformados en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Alimento de vida, Bebida de salvación.
Consideremos también otros aspectos. Sería conveniente aprovechar este mes para reflexionar en que, así como la sangre es esencial para nuestro cuerpo y lo ayuda y beneficia de muchas maneras, así también la Sangre de Cristo es esencia para nuestra alma y la ayuda y beneficia de muchas maneras. Por ejemplo:
La sangre purifica el cuerpo porque transporta dióxido de carbono a los pulmones, y desechos a los riñones, para que los expulsen. La Sangre de Cristo nos lava del pecado, nos ayuda a expulsarlo de nuestra vida, nos purifica el alma.
La sangre lleva agua, minerales, hormonas y otras sustancias vitales a diferentes órganos y tejidos para mantenerlos sanos y vivos. La Sangre de Cristo nos comunica Su gracia para mantenernos espiritualmente vivos y sanos.
La sangre defiende el cuerpo de microbios y bloquea y cicatriza heridas. La Sangre de Cristo nos defiende del demonio y nos fortalece para no dejarlo entrar a nuestra vida.
La sangre mantiene constante la temperatura del cuerpo. La Sangre de Cristo no da la gracia para no volvernos fríos ni tibios, ni dejarnos quemar por pasiones desordenadas, sino perseverar sin altibajos en amar y cumplir Su voluntad.
En este mes reza la Corona de la Preciosísima Sangre de Cristo, que con textos bíblicos recuerda que Cristo derramó Su Sangre en Su circuncisión; en el Huerto de los Olivos; en la flagelación; al ser coronado de espinas; al cargar la cruz; al ser crucificado y en la lanzada a Su costado. Se la suele rezar como viacrucis: el ‘via sanguinis’, que finaliza con la Letanía de la Sangre de Cristo, aprobada por el Papa Juan XXIII.